Edipo rey, de Sófocles
La leyenda
de Edipo
Los
hechos anteriores a Edipo están relatados en la leyenda tebana de donde
Sófocles tomó el asunto. La “Tebaida” fue epopeya renombrada en la Antigüedad,
Según testimonios del propio Homero: constituía su trama la guerra abierta
entre los hijos de Edipo para disputarse la herencia (Homero, 1975: canto IV).
Hesíodo alude a tal disputa en Los
trabajos y los días: “Los héroes perecieron en la dura guerra y en la riña
dolorosa, unos ante los muros de Tebas, la de siete puertas, sobre suelo
cadmeo, luchando por la hacienda de Edipo; los otros, más allá del abismo
marino, en Troya. (Hesíodo, 1967: 161-164).
Desde muy lejanos tiempos la leyenda de
Edipo daba material para la poesía. Odiseo la cuenta brevemente en su epopeya
epónima, cuando hace la invocación a los muertos, señala: “Allí entre otras
figuras vi también a la madre de Edipo, la bella Yocasta, que cometió sin
querer una gran falta, casándose con su hijo; pues éste, luego de matar a su
propio padre, la tomó por esposa. No tardaron los dioses en revelar a los
hombres lo que había ocurrido: y, con todo, Edipo si bien tuvo sus
contratiempos siguió reinando sobre los cadmeos en la agradable Tebas; mas
ella, abrumada por el dolor, fuese a la morada de Hades, de sólidas puertas,
atando un lazo al elevado techo, y dejóle tantos dolores como causan las
Erinias de una madre” Homero, 1980: canto XI).
Aquí se hallan variantes de la leyenda, por
ejemplo, la de que Edipo siguió reinando en Tebas; pero también los rasgos
esenciales de la materia trabajada por Sófocles: parricidio, incesto, suicidio.
Faltan el triunfo de Edipo sobre la Esfinge y la mutilación de su rostro. La
muerte de la Esfinge sirve para explicar las bodas de Edipo con Yocasta, pues
tal matrimonio absolutamente involuntario, e inverosímil en sí mismo, estaba
necesitando un motivo de naturaleza excepcional. Sófocles hace que se lo
conciba sólo a consecuencia del servicio insigne prestado a Tebas por Edipo,
que recibe en recompensa el trono del rey de Tebas.
El hecho de la auto destrucción de sus ojos
por Edipo puede haber sido inventado posteriormente. Sófocles lo aprovechó
justamente por su teatralidad, porque semejante mutilación prepara una
emocionante aparición en la escena. Ni en la Iliada ni en la Odisea se hace referencia a la leyenda tal como la
vemos en la obra de Sófocles. La versión elegida por el dramaturgo griego era:
Los
dioses prohibieron a Layo, rey de Tebas que tuviese posteridad. Y le
advirtieron que si les desobedecía, su propio hijo se encargaría de matarlo; y,
no sólo eso, sino que se casaría luego con su esposa, es decir con su propia
madre. No obstante la prohibición de los dioses, Layo y Yocasta tuvieron un
hijo; pero el padre espantado horadó los tobillos del niño e hizo pasar una
correa por ellos; lo entregó a un servidor para que lo abandonase en el monte
Citerón. El siervo, apiadado del niño, lo entregó a un pastor de Corinto, que a
su vez lo llevó al rey de su comarca, a Polibio quien estaba casado con Mérope.
Ellos han de ser los padres adoptivos de Edipo sin que éste lo supiera.
Ya hombre, Edipo escuchó de un borracho que
no era hijo de Pólibo y le sugirió que preguntara a Apolo en Delfos si eso era
verdad; pero el dios en lugar de darle una contestación directa le anuncia
nuevamente los crímenes que el antiguo oráculo había predicho. Edipo huye para
librarse de la maldición; llega a Tebas; en un cruce de caminos pelea con
varios hombres y los mata a todos menos a uno; entre los muertos estaba su
padre Layo: es así un parricida inconsciente. Llega a Tebas y derrota a la
Esfinge; luego en agradecimiento le dan a la reina como su esposa. En este
momento comienza el drama de Sófocles. Edipo está en la plenitud de su poder;
con esto renueva su victoria sobre la Esfinge a la vez que crea una situación
que lo obliga a conseguir un nuevo triunfo, semejante al anterior que pruebe
otra vez sus dotes de adivino. Ante la peste que asuela a Tebas él debe
descubrir la razón. En realidad lo que sucede es que Apolo reclama la muerte
del “miasma” que impurifica esta tierra. Edipo comienza a buscar la solución,
pero se halla ciego intelectualmente hablando e incapaz de entender qué es lo
que está pasando.
Si comenzamos por examinar la forma,
comprobamos que nos encontramos ante una fuerza y unidad de composición que no
tienen las obras anteriores. Edipo ocupa el centro de esta tragedia, y no sólo
como motivo; con excepción del informe del mensajero y pasajes introductorios
de poca importancia, no hay escena que no defina con su presencia y aun estando
ausente se habla de él.
Edipo
ha sido calificada como tragedia analítica, pues los sucesos decisivos son
anteriores a la obra, y la red de la fatalidad ya se ha tendido sobre Edipo.
Pero la forma en que, por tirar de la red, el hombre se enreda más y más en sus
mallas, provocando finalmente la ruina de todo, está presentada en esta obra
con una maestría de concisión y rigor que no tiene paralelo en la literatura
dramática. En el fondo son simples los procedimientos que emplea el poeta para
producir tal efecto; lo hallamos en los antecedentes callados de la tragedia
que estamos analizando de acuerdo con la que ya hemos comentado supra.
Con fatal consecuencia conduce el camino de
Edipo a las tinieblas de su desgracia. Con palabras llenas de bondad y
solicitud había respondido al lamento de la ciudad al comienzo de la obra. Se
espera a Creonte quien fue enviado a interrogar a Delfos por la causa de la
peste desvastadora. Vuelve con el oráculo del dios, que reclama el castigo por
el asesinato de Layo. Con gran celo emprende Edipo el cumplimiento del encargo
de Delfos, que va dirigido contra él mismo sin que él lo sepa. Hace llamar a
Tiresias, el adivino ciego, pero éste se niega a hablar. Y como Edipo lo
enfurece gravemente con falsas sospechas, le grita al rey —el ciego al que
aparentemente ve— que él mismo es el asesino y que vive en execrable
matrimonio. He aquí lo que podría haber desencadenado la anagnórisis en Edipo, pero que su ceguera intelectual y su vanidad
sin límites se lo impide. Por eso, tan brusca, tan opuesta a todas las
apariencias es esta revelación que nadie la toma en cuenta, y menos aún Edipo.
Su precipitado razonamiento sigue un rumbo falso. Sospecha una conspiración de
Creonte para apoderarse del poder. Ya está a punto de pronunciar la sentencia
de muerte, y Yocasta debe retenerlo para evitar una tragedia.
Luego tranquiliza a su esposo, pero podemos
observar como cada intento de apaciguamiento en esta obra, es a la vez un paso
hacia la catástrofe. Con espanto mortal recuerda Edipo su brusca acción en la
encrucijada focense. ¡Pero Yocasta habló de salteadores, de varios culpables!
Eso le devuelve las esperanzas, y el sirviente que fue el único en salvarse en
aquella ocasión y que vive lejos de ahí deberá proporcionarle certeza.
En esto llega el mensajero de Corinto, que
anuncia la muerte de Pólibo. Edipo todavía lo considera su padre y una vez más
cree Yocasta poder burlarse de las profecías de Apolo. También Edipo se siente
libre de la fatalidad de convertirse en parricida. Cierto es que la profecía
tiene una segunda parte que declara que tomará por esposa a su madre, y su
madre aún vive en Corinto. Se repite el intento funesto de desechar los temores
y el mensajero revela lo que sabe del origen de Edipo. Ante esto y de pronto Yocasta
comprende y quiere impedir que Edipo continúe con sus averiguaciones; en vano
intenta detener la rueda del destino, y corre desesperada hacia el palacio.
Nuevamente el espíritu precipitado del hombre sigue un falso rumbo. Acaso teme
Yocasta que él sea de humilde extracción, pero por ello y para contrarrestar
tal situación, se proclama orgullosamente —¡oh cima de monstruosa ironía!— un
hijo de la fortuna. Con esto se da el motivo para que el coro entone su canto,
que una vez más suena jubiloso antes de la catástrofe.
La culminación del proceso de anagnórisis —retrasado y postergado
inútilmente— se produce cuando llega el sirviente que había logrado escapar en
la encrucijada, el mismo que había recibido el encargo de abandonar al niño. Es
difícil hacer que hable, pero una vez que lo hace, todo aparece con terrible
claridad ante Edipo. Se precipita en el palacio, encuentra que Yocasta se ha
ahorcado, y él se perfora los ojos con un objeto puntiagudo, cegando para
siempre la fuente de su vista e implicando el hecho de para qué le sirvieron
los ojos si no fue capaz de ver lo evidente, de presentir lo inevitable. Ciego
ya, aparece tambaleante en la escena, se despide en forma conmovedora de sus
hijas y se apresta a partir al destierro.
¿Está expiando Edipo una culpa? En la Poética atribuye Aristóteles su caída a
una extravío (amartia: amartía),
pero como antes ha excluido expresamente la perversidad moral, debería estar
claro que en Edipo el hecho de errar el justo camino no atañe a la moral. Así
se condenan los vituperables intentos por buscar en esta tragedia un equilibrio
de culpa y expiación y reducir su inaudita fuerza trágica a un ejemplo moral.
El suceso de la encrucijada en donde mata a su padre sin saberlo, no es un
suceso de relevante trascendencia, se reduce apenas a un caso de defensa
propia. Por ello se ha considerado la obra como el drama del destino en donde
un “justo culpable” —valga el
oxímoron— debe pagar como consecuencia de los actos de sus ancestros. (Cfr. Lesky, 1989: 312-314)
Estructura de la tragedia
En
el capítulo XII de su Poética
Aristóteles enumera las partes en que se divide la tragedia ática:
- Prólogo que es la parte
anterior a la entrada del coro y que puede ser monologado o dialogado.
- Párodos que corresponde a la
entrada del coro y que es la parte lírica junto con los estásimos.
- Episodio I. Parte propiamente
dramática. Varían entre tres y cinco.
- Estásimo I. Parte lírica en
donde interviene el coro; pueden sólo cantar o también dialogar con los
personajes. El número de episodios define el número correspondiente de
estásimos.
- Éxodo que toca a la salida del
coro.
Cada una de estas partes se ven realizadas en Edipo pueden ser revisadas críticamente
a la luz de los lineamientos ofrecidos supra
en el presente ensayo.
Conclusiones
Es
una tragedia con marcadas características clásicas en donde el destino se
yergue como un personaje más. La inevitable lucha de los protagonistas que
tiende a ponerse por encima de lo que ya está decretado ha de fracasar
irremediablemente. Edipo camina ciego hacia su inexorable destino.
Bibliografía
. Hesíodo (1967). s/t., Los trabajos y los días, México, Porrúa.
. Homero (1975). Traducción de Luis Segalá y
Estalella, Ilíada, Madrid, Espasa Calpe.
. _____________. Trad. De L.S.E., Odisea, Madrid, Espasa Calpe.
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