lunes, 16 de septiembre de 2024

EDIPO REY DE SÓFOCLES

 

Edipo rey, de Sófocles

La leyenda de Edipo

Los hechos anteriores a Edipo están relatados en la leyenda tebana de donde Sófocles tomó el asunto. La “Tebaida” fue epopeya renombrada en la Antigüedad, Según testimonios del propio Homero: constituía su trama la guerra abierta entre los hijos de Edipo para disputarse la herencia (Homero, 1975: canto IV). Hesíodo alude a tal disputa en Los trabajos y los días: “Los héroes perecieron en la dura guerra y en la riña dolorosa, unos ante los muros de Tebas, la de siete puertas, sobre suelo cadmeo, luchando por la hacienda de Edipo; los otros, más allá del abismo marino, en Troya. (Hesíodo, 1967: 161-164).

     Desde muy lejanos tiempos la leyenda de Edipo daba material para la poesía. Odiseo la cuenta brevemente en su epopeya epónima, cuando hace la invocación a los muertos, señala: “Allí entre otras figuras vi también a la madre de Edipo, la bella Yocasta, que cometió sin querer una gran falta, casándose con su hijo; pues éste, luego de matar a su propio padre, la tomó por esposa. No tardaron los dioses en revelar a los hombres lo que había ocurrido: y, con todo, Edipo si bien tuvo sus contratiempos siguió reinando sobre los cadmeos en la agradable Tebas; mas ella, abrumada por el dolor, fuese a la morada de Hades, de sólidas puertas, atando un lazo al elevado techo, y dejóle tantos dolores como causan las Erinias de una madre” Homero, 1980: canto XI).

     Aquí se hallan variantes de la leyenda, por ejemplo, la de que Edipo siguió reinando en Tebas; pero también los rasgos esenciales de la materia trabajada por Sófocles: parricidio, incesto, suicidio. Faltan el triunfo de Edipo sobre la Esfinge y la mutilación de su rostro. La muerte de la Esfinge sirve para explicar las bodas de Edipo con Yocasta, pues tal matrimonio absolutamente involuntario, e inverosímil en sí mismo, estaba necesitando un motivo de naturaleza excepcional. Sófocles hace que se lo conciba sólo a consecuencia del servicio insigne prestado a Tebas por Edipo, que recibe en recompensa el trono del rey de Tebas.

     El hecho de la auto destrucción de sus ojos por Edipo puede haber sido inventado posteriormente. Sófocles lo aprovechó justamente por su teatralidad, porque semejante mutilación prepara una emocionante aparición en la escena. Ni en la Iliada ni en la Odisea se hace referencia a la leyenda tal como la vemos en la obra de Sófocles. La versión elegida por el dramaturgo griego era:

Los dioses prohibieron a Layo, rey de Tebas que tuviese posteridad. Y le advirtieron que si les desobedecía, su propio hijo se encargaría de matarlo; y, no sólo eso, sino que se casaría luego con su esposa, es decir con su propia madre. No obstante la prohibición de los dioses, Layo y Yocasta tuvieron un hijo; pero el padre espantado horadó los tobillos del niño e hizo pasar una correa por ellos; lo entregó a un servidor para que lo abandonase en el monte Citerón. El siervo, apiadado del niño, lo entregó a un pastor de Corinto, que a su vez lo llevó al rey de su comarca, a Polibio quien estaba casado con Mérope. Ellos han de ser los padres adoptivos de Edipo sin que éste lo supiera.

     Ya hombre, Edipo escuchó de un borracho que no era hijo de Pólibo y le sugirió que preguntara a Apolo en Delfos si eso era verdad; pero el dios en lugar de darle una contestación directa le anuncia nuevamente los crímenes que el antiguo oráculo había predicho. Edipo huye para librarse de la maldición; llega a Tebas; en un cruce de caminos pelea con varios hombres y los mata a todos menos a uno; entre los muertos estaba su padre Layo: es así un parricida inconsciente. Llega a Tebas y derrota a la Esfinge; luego en agradecimiento le dan a la reina como su esposa. En este momento comienza el drama de Sófocles. Edipo está en la plenitud de su poder; con esto renueva su victoria sobre la Esfinge a la vez que crea una situación que lo obliga a conseguir un nuevo triunfo, semejante al anterior que pruebe otra vez sus dotes de adivino. Ante la peste que asuela a Tebas él debe descubrir la razón. En realidad lo que sucede es que Apolo reclama la muerte del “miasma” que impurifica esta tierra. Edipo comienza a buscar la solución, pero se halla ciego intelectualmente hablando e incapaz de entender qué es lo que está pasando.

     Si comenzamos por examinar la forma, comprobamos que nos encontramos ante una fuerza y unidad de composición que no tienen las obras anteriores. Edipo ocupa el centro de esta tragedia, y no sólo como motivo; con excepción del informe del mensajero y pasajes introductorios de poca importancia, no hay escena que no defina con su presencia y aun estando ausente se habla de él.

     Edipo ha sido calificada como tragedia analítica, pues los sucesos decisivos son anteriores a la obra, y la red de la fatalidad ya se ha tendido sobre Edipo. Pero la forma en que, por tirar de la red, el hombre se enreda más y más en sus mallas, provocando finalmente la ruina de todo, está presentada en esta obra con una maestría de concisión y rigor que no tiene paralelo en la literatura dramática. En el fondo son simples los procedimientos que emplea el poeta para producir tal efecto; lo hallamos en los antecedentes callados de la tragedia que estamos analizando de acuerdo con la que ya hemos comentado supra.

     Con fatal consecuencia conduce el camino de Edipo a las tinieblas de su desgracia. Con palabras llenas de bondad y solicitud había respondido al lamento de la ciudad al comienzo de la obra. Se espera a Creonte quien fue enviado a interrogar a Delfos por la causa de la peste desvastadora. Vuelve con el oráculo del dios, que reclama el castigo por el asesinato de Layo. Con gran celo emprende Edipo el cumplimiento del encargo de Delfos, que va dirigido contra él mismo sin que él lo sepa. Hace llamar a Tiresias, el adivino ciego, pero éste se niega a hablar. Y como Edipo lo enfurece gravemente con falsas sospechas, le grita al rey —el ciego al que aparentemente ve— que él mismo es el asesino y que vive en execrable matrimonio. He aquí lo que podría haber desencadenado la anagnórisis en Edipo, pero que su ceguera intelectual y su vanidad sin límites se lo impide. Por eso, tan brusca, tan opuesta a todas las apariencias es esta revelación que nadie la toma en cuenta, y menos aún Edipo. Su precipitado razonamiento sigue un rumbo falso. Sospecha una conspiración de Creonte para apoderarse del poder. Ya está a punto de pronunciar la sentencia de muerte, y Yocasta debe retenerlo para evitar una tragedia.

     Luego tranquiliza a su esposo, pero podemos observar como cada intento de apaciguamiento en esta obra, es a la vez un paso hacia la catástrofe. Con espanto mortal recuerda Edipo su brusca acción en la encrucijada focense. ¡Pero Yocasta habló de salteadores, de varios culpables! Eso le devuelve las esperanzas, y el sirviente que fue el único en salvarse en aquella ocasión y que vive lejos de ahí deberá proporcionarle certeza.

     En esto llega el mensajero de Corinto, que anuncia la muerte de Pólibo. Edipo todavía lo considera su padre y una vez más cree Yocasta poder burlarse de las profecías de Apolo. También Edipo se siente libre de la fatalidad de convertirse en parricida. Cierto es que la profecía tiene una segunda parte que declara que tomará por esposa a su madre, y su madre aún vive en Corinto. Se repite el intento funesto de desechar los temores y el mensajero revela lo que sabe del origen de Edipo. Ante esto y de pronto Yocasta comprende y quiere impedir que Edipo continúe con sus averiguaciones; en vano intenta detener la rueda del destino, y corre desesperada hacia el palacio. Nuevamente el espíritu precipitado del hombre sigue un falso rumbo. Acaso teme Yocasta que él sea de humilde extracción, pero por ello y para contrarrestar tal situación, se proclama orgullosamente —¡oh cima de monstruosa ironía!— un hijo de la fortuna. Con esto se da el motivo para que el coro entone su canto, que una vez más suena jubiloso antes de la catástrofe.

     La culminación del proceso de anagnórisis —retrasado y postergado inútilmente— se produce cuando llega el sirviente que había logrado escapar en la encrucijada, el mismo que había recibido el encargo de abandonar al niño. Es difícil hacer que hable, pero una vez que lo hace, todo aparece con terrible claridad ante Edipo. Se precipita en el palacio, encuentra que Yocasta se ha ahorcado, y él se perfora los ojos con un objeto puntiagudo, cegando para siempre la fuente de su vista e implicando el hecho de para qué le sirvieron los ojos si no fue capaz de ver lo evidente, de presentir lo inevitable. Ciego ya, aparece tambaleante en la escena, se despide en forma conmovedora de sus hijas y se apresta a partir al destierro.

     ¿Está expiando Edipo una culpa? En la Poética atribuye Aristóteles su caída a una extravío (amartia: amartía), pero como antes ha excluido expresamente la perversidad moral, debería estar claro que en Edipo el hecho de errar el justo camino no atañe a la moral. Así se condenan los vituperables intentos por buscar en esta tragedia un equilibrio de culpa y expiación y reducir su inaudita fuerza trágica a un ejemplo moral. El suceso de la encrucijada en donde mata a su padre sin saberlo, no es un suceso de relevante trascendencia, se reduce apenas a un caso de defensa propia. Por ello se ha considerado la obra como el drama del destino en donde un “justo culpable”     —valga el oxímoron— debe pagar como consecuencia de los actos de sus ancestros. (Cfr. Lesky, 1989: 312-314)

Estructura de la tragedia

En el capítulo XII de su Poética Aristóteles enumera las partes en que se divide la tragedia ática:

  1. Prólogo que es la parte anterior a la entrada del coro y que puede ser monologado o dialogado.
  2. Párodos que corresponde a la entrada del coro y que es la parte lírica junto con los estásimos.
  3. Episodio I. Parte propiamente dramática. Varían entre tres y cinco.
  4. Estásimo I. Parte lírica en donde interviene el coro; pueden sólo cantar o también dialogar con los personajes. El número de episodios define el número correspondiente de estásimos.
  5. Éxodo que toca a la salida del coro.

Cada una de estas partes se ven realizadas en Edipo pueden ser revisadas críticamente a la luz de los lineamientos ofrecidos supra en el presente ensayo.

Conclusiones

Es una tragedia con marcadas características clásicas en donde el destino se yergue como un personaje más. La inevitable lucha de los protagonistas que tiende a ponerse por encima de lo que ya está decretado ha de fracasar irremediablemente. Edipo camina ciego hacia su inexorable destino.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

. Hesíodo (1967). s/t., Los trabajos y los días, México, Porrúa.

. Homero (1975). Traducción de Luis Segalá y Estalella, Ilíada, Madrid, Espasa Calpe.

. _____________. Trad. De L.S.E., Odisea, Madrid, Espasa Calpe.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario