Capítulo I
1.
Nociones
generales de teoría literaria. El enfoque narratológico de Gérard Genette a
través de Figuras III.
EL NARRADOR
CARACTERÍSTICAS GENERALES
DEL NARRADOR
LUIS QUINTANA TEJERA
Al
presentar las características generales del narrador tomaremos como ejemplo
para fundamentar nuestras apreciaciones, una novela de Miguel de Unamuno: Abel
Sánchez. Ésta contiene elementos suficientemente generales como
para permitirnos una ubicación de los principales problemas planteados en torno
al narrador.
Todo
relato[1] puede ser analizado
desde la perspectiva de dos niveles: historia y discurso. El
plano de la historia es aquél en el que se enfoca el acontecimiento narrado;
mientras que en el del discurso, se trabaja sobre el ordenamiento y
organización del acontecimiento, sobre la modalidad lingüístico-comunicativa de
lo acontecido. Es este último nivel el que nos ocupa por ahora: nos
interesamos en cómo está presentada la historia, qué modalidad de enunciación
adopta un hecho narrativo.
Entre
los aspectos incluidos en el área del discurso están la problemática del
narrador (la voz [o voces] que asume [asumen] la enunciación del discurso), la
narración misma (los acontecimientos se disponen con un orden, con una
duración, desde varios puntos de vista) y el narratario.
El
discurso de un relato es una organización de hechos que se propone como
verdadera. Constituye un universo en el que no tienen cabida las
condiciones de verdad del mundo no literario, pues es un universo cerrado, con
sus propias leyes, de cuya realidad participa todo aquel que se compromete con
su lectura. Es éste un pacto, un contrato de veri dicción,[2] en el que los
participantes se comprometen a aceptar y respetar la ilusión de verdad del
texto. Pero esta ilusión debe ser coherentemente
sostenida por la estructura del relato,[3] por su apego o
desapego a determinado género, por la representación que de
los hechos efectúa el narrador, por el afán que el autor tiene de opacar el
estatuto de ficción del texto literario.
Aceptar
el contrato implica distinguir entre lo pertinente al mundo no literario y lo
concerniente al universo del relato en cuestión. La primera
distinción fundamental se establece entre escritor, autor y narrador,
de acuerdo con lo expresado al respecto por Roland Barthes y que fue citado en
la introducción de la investigación.
Dejando
fuera al hombre perecedero, al aquí llamado escritor,[4] centramos nuestra
atención en la no siempre evidente separación entre autor y
narrador. El primero participa de una instancia comunicativa externa,
se dirige a un lector (cuyo lugar asumimos en el acto de consumir[5] relatos)
que como él está fuera del mundo de papel en que habita la
ficción. En el interior de este universo construido están el
narrador y el narratario, respectivamente la voz que cuenta o relata la
historia y aquél a quien se dirige la enunciación.
A
diferencia de lo que acontece entre autor y lector —el contrato de
veridicción por el que se juega a creer lo que se sabe "no real",
sino ficción— el narrador y el narratario viven su
realidad, e incluso llegan a introducir en ésta relatos de ficciones, metadiégesis,
como es el caso de los Cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, El
Decamerón, etc
Las
responsabilidades del narrador son variadas, nos centramos aquí en
focalización, voz y tiempo del discurso.
El
narrador ordena y jerarquiza acontecimientos en el tiempo y en el espacio,
adopta una perspectiva (un foco, una óptica) y un modo (diálogo, narración,
descripción) para su relato.[12]
Comenzamos
preguntando quién mira los hechos, desde qué perspectiva se enfocan; es ésta la
materia a tratar por la aspectualidad. No sólo en cada
relato puede adoptar la narración una focalización distinta, sino que incluso
una novela puede presentar distintas focalizaciones, como bien lo han
demostrado Robbe-Grillet, Faulkner y Woolf, entre otros.
Por
otra parte, hablar de focalización es hablar de quién ve, NO de quién
cuenta. En la mayoría de los casos coinciden voz y foco, pero
ello no debe impedirnos distinguir las dos funciones, especialmente si
consideramos los casos en que no coinciden en un mismo elemento del relato.
Genette
replantea la trilogía de la perspectiva de Todorov de la siguiente forma:
TODOROV
GENETTE
Narrador omnisciente Focalización
cero
Narrador
equisciente
Focalización interna
Narrador deficiente
Focalización externa
Además, la focalización interna se detalla en:
Focalización interna: fija, variable y múltiple.
El
primer tipo de focalización, la cero, es la del típico relato realista
decimonónico al estilo de Balzac y Dostoievski: se trata de un narrador que no
puede ser ubicado en un lugar fijo, preciso, por el contrario, externo a la
acción se mueve con libertad para dar cuenta de ella según considere
pertinente.
En
el segundo tipo, la focalización interna, el narrador se ubica en la conciencia
de algún o algunos personajes. Es focalización interna fija cuando a
lo largo del relato la voz narrativa está ubicada en la conciencia de un
personaje, y siempre el mismo. Es variable cuando el narrador cambia
de óptica, de conciencia para contar distintas acciones. Es múltiple
cuando un mismo hecho es narrado desde varias perspectivas, desde la conciencia
de dos o más personajes.[13]
Por
último, es externa cuando el narrador ve a los personajes desde fuera, sin
entrar en la conciencia de ninguno. Este tipo de relato suele
presentarse en algunos textos de carácter policiaco, concretamente, en el
género negro.
En
el caso de la novela que hemos tomado como ejemplo, el narrador depende en gran
medida de las Memorias de Joaquín para exponer los
sentimientos de éste, y lo mismo sucede con otros personajes. Sin
embargo, de los otros personajes también logra plantear elementos internos que
no fueron expresados ni por pláticas ni por la escritura en las
Memorias ni por la confesión o la discusión:
Abel
tembló, sin saber a punto cierto por qué, [...] (p. 133)
Solía
ir Helena a casa de su nuera [...] para corregir -así lo creía ella- [...] (p.
135)
El
niño miraba sin comprender el duelo entre sus dos abuelos, pero adivinando algo
en sus actitudes. (p. 143)
No
sucede así con Monegro. Lo que de él dice el narrador, incluso sus
pensamientos más ocultos, siempre está apoyado por el diario, directa o
indirectamente. De quien más pensamientos o sentimientos presenta el
narrador, sin que jamás la responsable los haya hecho públicos, es de
Helena. Su orgullo, su vanidad, su desprecio son resaltados por el
narrador, dado que las características del personaje le impiden confesarlo por
sí misma, como hace Joaquín: traicionándose en las discusiones, abriendo su
alma ante el sacerdote o desahogándose en las Memorias. Aunque
ambos comparten el dar salida a parte de sus sentimientos mediante
insinuaciones, críticas y hasta acusaciones.
La
relación entre el narrador y Joaquín es interesante por esta extraña actitud de
no asegurar lo que no pueda desprenderse de las acciones, de las Memorias o
de las palabras del personaje:
Calló. No
quiso o no pudo proseguir. Besó a los suyos. Horas
después rendía su último cansado suspiro. (p. 152)
Por
lo que a la voz respecta, en este caso tenemos un relato Heterodiegético:[14] el narrador no
participa de la historia que cuenta. Ante ella, el "yo" de
la enunciación elige un discurso en tercera persona. El tipo de
narración, en relación con la ubicación temporal del narrador ante lo relatado
es ulterior.
La voz que
nos entera de la historia procede de un emisor, alguien nos
cuenta. Dicho emisor no puede ser sino una primera persona, aquella
que se identifica con el sujeto de la enunciación. Sin embargo, el
emisor puede, y suele, no usar la primera persona en su discurso,[15] su decisión
corresponde a una estrategia de presentación del discurso, no es un acto
fortuito, sino un apoyo para la estructura del relato. Así pues,
debe reconocerse que en el fondo de las tres posibilidades gramaticales básicas
de expresión, en la voz encontraremos una oposición dual:
yo/no-yo. Esta oposición vale a Genette para incrementar las
categorías de su tipología: en un relato homodiegético el narrador nos da
cuenta de una historia en la cual participa; si el narrador es el protagonista
de la historia que cuenta, la voz es autodiegética. En contraste, en
un narrador ajeno a la historia se reconoce una voz
heterodiegética. Nuevamente la pertinencia de estas distinciones se
verá en el marco del análisis; baste mencionar que la distancia entre el
narrador y los hechos narrados, determina la distancia del lector, el registro
verbal adoptado por la voz narrativa nos arrastrará al centro mismo de las
vivencias en un relato (como es el caso de Nada) o bien mantendrá a
distancia nuestra necesidad o curiosidad por adentrarnos en los hechos
relatados. La combinación particular de estos elementos en cada
texto tiene sus propios resultados.
Como
ya antes habíamos dicho, dentro de un relato pueden darse diferentes historias
con diferentes narradores. Tales circunstancias se manifiestan
estratificadas: hay niveles de inserción de unas narraciones en
otras. En la propuesta de Genette, el nivel más externo es el
extradiegético, el acto enunciativo que generalmente abre el relato, el más
amplio marco de la narración. Es extradiegético el narrador que
origina la diégesis (historia) que engloba al resto. Toda otra
historia que se incluya en esta diégesis primaria[16] pertenecerá a un
relato intradiegético o diegético. Si dentro del relato
intradiegético se presenta otro, este último será metadiegético,
que puede a su vez contener uno meta-metadiegético, etc.
En
cuanto al tiempo del discurso, debe tenerse presente que el narrador tiene como
función enterarnos de los acontecimientos que forman su historia, pero que el
orden en que los presenta no es obligatoriamente cronológico y causal (como
efectivamente sucedieron en la historia). El narrador elegirá un
momento determinado para iniciar su exposición, pero nada (excepto la
focalización adoptada) le impide volver en el tiempo de la historia, o
adelantarse al curso de los acontecimientos que narra. Él elige qué
cuenta, cómo y cuándo.
Analepsis
y prolepsis[28]
Hemos
podido observar cómo recurre el narrador de Laforet a saltos en el tiempo que
le permiten ubicar y desarrollar mejor, diversos acontecimientos. En
este sentido señalamos la utilización de analepsis, o regresos en el tiempo del
relato.
Como
ejemplo citamos el siguiente pasaje:
No
me parecía inteligente, ni su encanto personal provenía de su
espíritu. Creo que mi simpatía por ella tuvo origen el día que la vi
desnuda sirviendo de modelo a Juan.
Yo
no había entrado nunca en la habitación donde mi tío trabajaba, porque Juan me
inspiraba cierta prevención. Fui una mañana a buscar un lápiz, por
consejo de la abuela, que me indicó que allí lo encontraría. El
aspecto de aquel gran estudio era muy curioso. Lo habían instalado
en el antiguo despacho de mi abuelo. (Ibid., p. 37)
Un
acontecimiento del pasado le permite al personaje entender el origen de sus
sentimientos hacia Gloria y por ello se detiene a analizarlo. Al
formular juicios sobre ella emplea verbos en
copretérito: "parecía" "provenía".
Inmediatamente, para lograr el tránsito hacia el pasado, hacia el recuerdo, se
ve en la necesidad de utilizar verbos en pretérito: "tuvo",
"vi". Ya ubicada en el pasado, en el estudio de Juan,
Andrea recuerda lo que vio y para ello emplea verbos en diferentes tiempos del
pasado: antecopretérito: "había entrado"; copretérito:
"trabajaba" "inspiraba"; pretérito: "fui"
"indicó".
Asimismo,
la analepsis le sirve al narrador en algunos casos para referir a un
acontecimiento del pasado que se trae al presente como consecuencia de una
asociación.
Los
primeros tranvías empezaban a cruzar la ciudad, y amortiguado por la casa
cerrada llegó hasta mí el tintineo de uno de ellos, como en aquel verano de mis
siete años, cuando mi última visita a los abuelos. Inmediatamente
tuve una percepción nebulosa, pero tan vívida y fresca como si me la trajera el
olor de una fruta recién cogida, de lo que era Barcelona en mi recuerdo: este
ruido de los primeros tranvías, cuando tía Angustias cruzaba ante mi camita
improvisada para cerrar las persianas que dejaban pasar ya demasiada luz. (Ibid.,
p. 21)
La
impresión sensorial auditiva -el tintineo de los tranvías-, transporta al
personaje hacia un pasado en el que se cumplían condiciones
similares. Esa percepción nebulosa, pero al mismo tiempo vívida y
fresca, le permite a Andrea alcanzar una visión de lo que era Barcelona cuando
ella tenía apenas siete años y las cosas aparecían a su interpretación
completamente diferentes.
En
relación con este pasaje, señalamos la influencia de Marcel Proust en lo
tocante al tema de la memoria y el recuerdo. El autor francés
hablaba de la "memoria involuntaria" y el papel que cumplía ésta en
la actualización de acontecimientos del pasado. Decía al respecto:
Así
ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el que intentemos
evocarlo, son inútiles todos los esfuerzos de nuestra
inteligencia. Está oculto fuera de su dominio y de su alcance, en
algún objeto material (en la sensación que nos produciría este objeto material)
que no sospechamos. Este objeto depende del azar que lo encontremos
antes de morir, o que no lo encontremos.[29]
En Por
el camino de Swann, la primera novela de A la búsqueda del tiempo
perdido, el personaje recuerda vívidamente un hecho del pasado, en el
momento en que moja una magdalena en té.
Y muy pronto, maquinalmente
abrumado por la sombría jornada y la perspectiva del triste mañana que
seguiría, llevé a mis labios una cucharada de té en la que había dejado
ablandarse un trozo de magdalena. Pero en el instante mismo en que
el sorbo mezclado con las migas del pastel tocó mi paladar, me estremecí,
atento a algo extraordinario que ocurría dentro de
mí.[...] Es evidente que la verdad que busco
no está en él, (el té) sino en mí. La ha despertado, pero no la
conoce.[30]
La
cercanía en los planteamientos es evidente como también lo es, en otros
momentos de la novela en que el discurso de Laforet se asemeja al del escritor
francés.[31]
En
lo que se refiere al segundo aspecto señalado y como ejemplo representativo de
prolepsis citamos el siguiente pasaje:
Esta
cariñosa solicitud sobre mi vida se iba a terminar también. Ena
debería marcharse al cabo de unos días y ya no volvería a Barcelona, de regreso
del veraneo. (Nada, p. 293)
El
narrador personaje anuncia algo que va a suceder y que simultáneamente le
preocupa: la separación de Ena. En lo tocante a tiempos verbales, el
narrador emplea formas perifrásticas en sustitución del futuro: "iba a
terminar" y pospretéritos: "debería" "no
volvería". Estos últimos, con toda la carga de condicionalidad
que conllevan y el dolor que esto implica al no poder conseguir que las cosas
fueran diferentes.
Metadiégesis
Dentro
de un relato pueden darse diferentes historias con diferentes
narradores. Tales circunstancias se manifiestan estratificadas: hay
niveles de inserción de unas narraciones en otras. En la propuesta
de Genette, el nivel más externo es el extradiegético, el acto
enunciativo que generalmente abre el relato, el más amplio marco de la
narración. Es extradiegético el narrador que origina la diégesis
(historia) que engloba al resto. Toda otra historia que se incluya
en esta diégesis primaria pertenecerá a un relato intradiegético o
diegético. Si dentro del relato intradiegético se presenta otro,
este último será metadiegético, que puede a su vez contener
uno meta-metadiegético, etc.
Un
ejemplo de metadiégesis utilizada por el narrador de Laforet lo encontramos en
el capítulo XIX de la tercera parte cuando Andrea dialoga con la madre de Ena y
escucha de ella el relato de sus amores con Román. La señora empieza
diciendo:
-¿A
Román? -la sonrisa de la señora la hacía volverse casi bella, tan profunda
era-. Sí, a Román le conozco. Hace muchos años que
conozco a Román... Ya ve usted, fuimos compañeros en el
Conservatorio. Él no tenía más de diecisiete años cuando yo le
conocí y galleaba entonces creyendo que el mundo habría de ser
suyo... Parecía tener un talento extraordinario, aunque estaba
limitado por su pereza. (Ibid., p. 250)
La
mamá de Ena recuerda a Román con nostálgico cariño y para explicar su dolor
pronuncia un largo discurso que tiene como finalidad contarnos su historia, la
cual está ubicada dentro de la gran historia que la propia Andrea nos ha venido
narrando: es la metadiégesis. Andrea la escucha atentamente porque
siente una extraña curiosidad por saber más de Román. Interrumpe el
largo discurso sólo en dos oportunidades: la primera es con la finalidad de
constatar la presencia de una sonrisa que ilumina ese rostro en el momento en
que empieza a hablar de Román. La segunda, para señalar el temblor
de los labios de su interlocutora, así como también el cambio en el color de
los ojos, que se cerraban fuertemente para no llorar y dejaban que todo el
llanto se desbordase en el tumultuoso discurso.
El
relato de la señora aporta nuevos elementos para valorar la personalidad de
Román a quien habíamos conocido preponderantemente por lo que de él había dicho
Andrea. Sobre todo resalta el rasgo romántico-decadente de su
idiosincrasia, el extraño proceder que lo lleva a lastimar a los seres más
queridos; y de ello dan testimonio dos hechos: la donación del cabello de
Margarita, de su larga trenza, la cual recibe Román con indiferencia y burla, y
la firma de un recibo al padre de la joven por el dinero dado para alejarse de
ella.
Por
último corresponde señalar que las intervenciones de la narradora-personaje
responden a esa necesidad conductista en la narración que expresa siempre
Laforet, tanto en el caso del Focalizador interno fijo, como en el Focalizador
cero. Parecería expresarse así la necesidad del narrador de decir la
última palabra.
[1] Para efectos del
presente escrito, entendemos relato, en un sentido amplio, como un acto
lingüístico que da cuenta de una historia, que implica el hecho de que alguien
cuente algo a alguien.
[2] En términos de
Greimas, (1978), cfr. "El contrato de veridicción", en Prada Oropeza
(ed.), Lingüística y Literatura, Xalapa, Universidad Veracruzana,
pp. 27-36.
[3] Aunque la
verosimilitud (ilusión de realidad) no es un fenómeno privativo del relato,
sino extensivo a todo texto poético (literario), la referimos aquí al relato
por estar el trabajo circunscrito en este género.
[4] En la novela
seleccionada, el concepto de escritor aquí trabajado alude a la persona de
Miguel de Unamuno.
[5] En el sentido
propuesto para el término por Juan Ignacio Ferraras (1986). Fundamentos
para una sociología de la literatura, Madrid, Cátedra.
[6] O autor real.
[7] Cfr. supra,
Introducción.
[8] Es para destacarse
la ubicación de este prólogo, después de la afirmación en cursivas de un sujeto
enunciador quien se refiere a la historia de Joaquín Monegro como un hecho real.
[9] M. de
Unamuno, Abel Sánchez, 17a. ed., México, Espasa-Calpe, 1985,
(Austral), p. 12. Todas las citas del texto corresponden a la misma
edición, por lo cual nos limitaremos a señalar el número de la página en la que
se encuentra cada una.
[10] Otra forma de notar
la presencia del autor en el relato es lo que la estilística y la sociología de
la literatura han hecho: observar en el texto las marcas de su discurso e
incluso de su ideología.
[11] Este cuarto marco
corresponde a un nivel intradiegético, como señalaremos infra.
[12] La teoría referente
a los conceptos de aspecto o focalización y voz o registro
verbal, está tomada de Genette, Figures III, Paris, Seuil,
1972.
[13] Véase como ejemplo
el fragmento de "El doble asesinato de la rue Morgue"
en que declaran los testigos de los asesinatos: atestiguan sobre un mismo
hecho, pero cada quien aporta su discurso (y con él su particular versión).
[14] Genette habla de
relato homodiegético cuando el narrador participa (o participó) de
la historia que cuenta, Heterodiegético en el caso contrario,
y Autodiegético si el narrador es (o fue) protagonista de
dicha historia.
[15] Como en el
caso del discurso que aquí nos ocupa: he empleado la primera persona del
plural, habiendo tenido la opción de expresarme en la de singular, lo mismo que
hubiera sido posible valerse de la tercera persona del singular, en este caso un
impersonal.
[16] Que no tiene por
qué ser la primera, pues nada impide que al final de un relato nos encontremos
con un narrador que cuenta cómo encontró esa historia en unos manuscritos, o
cómo fue que la escuchó, por una u otra razón, y ahora tiene a bien reproducirla
por diversos motivos.
[17] Con el subtítulo
tanto como con el fragmento que antecede al "Prólogo a la segunda
edición".
[18] "¡QUEDA
ESCRITO!"
[19] John W. Kronik
(1981). ” Nada y el texto asfixiado: Proyección de una estética", en Revista
Iberoamericana, Números 116-117, enero-junio de 1981: p. 195.
[20] (1981: pp. 195-196.
[21] Cfr., Jeffrey
Bruner. "Visual art as Narrative Discourse: The Ekphrastic
Dimension of Carmen Laforet's Nada", Boulder, CO, Anales de la
Literatura Española Contemporánea, (ALEC). 1993, 18:1, 247‑260.
[22] Graciela Illanes
Adaro. Op. cit., p. 23.
[23] María Nieves
Alonso. "Partir, defender, callar. (Tres posibilidades de conclusión en la
novela española contemporánea)", en Atenea: Revista de Ciencia,
Arte y Literatura de la Universidad de Concepción, Concepción,
(Atenea). 1983, 448, 101‑114, p. 105.
[24] Los subrayados de
ambas citas son nuestros.
[25] Sólo Román ejecuta
en su piano "su canción de primavera" (p. 161) pero ésta no es
suficiente para permitir que el espíritu de esta estación ingrese en la casa;
peor aún, el propio Román consideraba que aquella canción -compuesta en honor del
dios Xochipilli- le traía mala suerte.
[26] María Nieves Alonso
coincide con mi lectura al señalar: "Andrea ha encontrado un mundo
destructor y una realidad mezquina y cerrada. La casa de Aribau,
símbolo primero del espacio opresor, se continúa en una ciudad, adorada en el
sueño, pero concretizada como asfixiante y enemiga. Es muchas veces
una masa informe que puede lastimarla en sus iniciativas. El calor
sofocante, la luz enceguecedora, la neblina impura, dominan este espacio,
aumentando las sensaciones opuestas a las anheladas. La ciudad que
debía ser el paraíso llega a parecer el infierno en la realidad sicológica de
Andrea". (María Nieves Alonso. Op. cit., p. 107.
[27] John Kronik. Op. cit., p.
196.
[28] La analepsis y la
prolepsis son anacronías presentes en el relato literario. Al
respecto señala Helena Beristáin: "Otra 'anacronía' o manera de alterar el
orden, además de la 'analepsis' o 'retrospección', que es la más común, es la
'prolepsis', 'prospección' o 'anticipación'". (Cfr.
Helena Beristáin. Análisis estructural del relato literario,
México, Noriega Editores, 1984, p. 105).
[29] Marcel
Proust. Por el camino de Swann I, trad. de Julio Gómez de la
Serna, Madrid, Sarpe, 1985, p. 71.
[30] Ibid., pp. 71-72.
[31] Cfr. Infra, capítulo
3 "Análisis de temas y motivos en Nada y La isla y los
demonios".
[32] Cfr. Infra, el capítulo 3
correspondiente a "Temas y motivos en Nada y La isla y los
demonios".
[33] Jorge
Manrique. Obra completa, Buenos Aires, Espasa Calpe
Argentina, 1974, (Austral, 135), p. 116.
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